domingo, 23 de enero de 2011

La fragilidad de la mente

Recostado, no en la cama sino en la noche, escucho el sonido que permanece a salvo del silencio entre mis sienes, una voz tan familiar que a veces suena como el grito de un mudo, desesperado y escandaloso pero silencioso. Una voz que reclama respuestas a preguntas perfectamente estructuradas en el lenguaje, pero que preguntan quién sabe qué cosas y por ende quién sabe cuáles sean las respuestas. Recordando una metáfora del filosofo Sante Babolin que leí alguna vez, siento entonces que tengo en mis manos una copa de cristal transparente y definido, delicado pero firme, y que guarda entre su única pared curva un vino tan fino y supremo que su sabor, olor y cuerpo resultan imperceptibles a mis sentidos, un vino añejado en barricas de fuertes pero nobles maderas, un vino sin piedad de aquella copa que pronto se ve llena de relámpagos que nacen donde no se les puede ver, por eso cuando son visibles tienen una autoridad tan imponente que anuncian la caída inminente del cielo en que se postran, y con ella el derrame del anhelado vino. Lo angustioso de lo inminente es la pregunta: ¿Cuándo sucederá?

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